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Rajá

Lo encontré en un mercadillo navideño, entre puestos que vendían pastorcillos, espumillón y gofres con nutella. Bajo una lámpara que irradiaba calor una veintena de pollitos teñidos de colores piaban con desespero y, entre ellos, mirándolo todo con los ojos muy abiertos había un conejito. Era un criatura preciosa, de un bonito rosa pálido, esponjoso como un diente de león y con unas orejas tan largas como todo su cuerpo. El dueño del puesto, que tenía los ojos vivos de una rapaz, me lo puso en las manos. Olía a hierba limón. Aunque sabía que crecería, y que el tinte rosa se terminaría yendo, pagué lo que me pidió y me fui de allí sintiéndome a la vez tonta y feliz. El conejito se rebulló desesperado cuando intenté meterlo en el bolsillo de mi abrigo, así que me lo lleve sentado en la palma de las manos, tieso como un rajá a lomos de su elefante, olfateando el mundo con un hociquillo nervioso.   Esa primera noche Rajá durmió en una caja de zapatos, en un nido que le hice con una camiset

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