Los gozos del trabajo bien hecho
Me gustan los manuales antiguos de economía doméstica. Esos que lo mismo enseñaban a las jovencitas cómo redactar una carta (« el estilo ha de ser breve, informativo y con gran pudor en todo lo íntimo y lo sentimental» ), cómo doblar la ropa para meterla en una maleta (« siempre con papel de seda, para evitar que se formen arrugas» ) o cómo aceptar un cumplido (« con humildad y sin ceder a la falsa galantería» ) Pero mi parte preferida, siempre, ha sido la dedicada a la limpieza y el orden. A eso me dedico, en realidad, a labores de orden y limpieza. Monté mi negocio cuando era muy joven, casi por casualidad. Había terminado la carrera y tenía en mi poder un título que no me interesaba y una buena colección de libros ajados repletos de consejos interesantes. Descubrí que podía poner en práctica esos consejos a un precio que muchos calificarían de escandaloso. No me importa lo que digan, la verdad. Yo ofrezco calidad, eficacia y, sobre todo, discreción. No tengo tarjetas de visita, ni